Los Magos de Oriente, un relato modelado por el tiempo

Vitrina con la adoración de los Reyes Magos (pixabay)
Vitrina con la adoración de los Reyes Magos (pixabay)

El relato de los Reyes Magos, desde una perspectiva histórica, puede parecer limitado y con un significado reducido. Sin embargo, si lo analizamos desde una perspectiva alegórica, se vuelve un relato infinito, fascinante y enriquecedor. Las bellas artes nos enseñan a utilizar la metáfora como una herramienta de reflexión. Descubre más sobre la historia y significado de los Reyes Magos en este artículo.

Hacer una lectura histórica del relato de los Reyes Magos acota su narración y encoge su significado; lo cual bien está. Sin embargo, bajo una perspectiva alegórica es un relato inacabable, suculento y enriquecedor, y ésta es la mirada de las bellas artes: la metáfora como herramienta de reflexión.

La confluencia del nacimiento de Jesús con la órbita de algún cometa que cruzó nuestros cielos, y que hemos identificado con el correr de los años con la bonita imagen de la Estrella de Belén, puso a los astrólogos de aquella época en funcionamiento.

Siempre las estrellas fueron augurio de hechos trascendentes para los pueblos antiguos y los primeros cristianos retomaron este recurso para de manera sincrética, poner en pie un relato acorde con la importancia del nacimiento del Mesías.

Sin embargo, la mayor carga simbólica al relato que todos conocemos de los Reyes Magos no se lo dan los escritos evangélicos, sino la tradición popular, la cual engrandece, sin estropear, la narración de san Mateo.

Fueron la gente sencilla que dormían al raso y cuidaban sus rebaños, los primeros en adorar al Niño, ello en sí tiene ya un significado de suma importancia para el sentido ecuménico que se le quiera dar a la llegada del Mesías. Pero la figura de los Magos de Oriente va reconformándose con el correr de los siglos y adquiere diferentes lecturas.

Para la tradición armenia fueron doce, como las tribus judías, que fueron a adorarlo como expresión de reconocimiento. Otra tradición paleocristiana identificaba a cuatro magos, siendo el cuarto el mago Artabán, cuyos dones eran unas piedras preciosas con una función protectora. Pero mientras los otros tres magos llegaron a ver al Niño, Artabán, tras un retraso de treinta y tres años, sólo llegó a ver a un Hombre, que ajusticiado, murió en la cruz.

La tradición ha ido modelando a estos personajes, pues si en un principio eran vestidos como sabios persas, en ellos se fue concretando el tema, tan presente en la tradición artística, como el de las tres edades del hombre: la juventud, la madurez y la ancianidad, y así fueron representados Melchor, Gaspar y Baltasar.

Más adelante, con el descubrimiento de grandes territorios inexplorados, los magos fueron transformados en metáfora de las razas: la aria, la india y la etíope. Todas confluían ante el Niño, y siempre se recreaba la necesaria imagen de unidad del Orbe entorno a su figura.

De todas las tradiciones, la más interesante es la que se conforma a partir del origen persa de los magos (origen, históricamente, más plausible), y que enlaza con la tradición medieval del Preste Juan, un rey cristiano, cuya resistencia legendaria en el oriente asiático, entre naciones paganas, era un referente espiritual para la Europa cristiana del Medievo.

La tradición dice que santo Tomás encontró a los tres Reyes Magos, y que los bautizó, y que sufrieron martirio, siendo Santa Elena, la mujer de Constantino, emperador de Roma, la que rescató sus reliquias que ahora se veneran en la catedral de Colonia. De la descendencia de aquellos Magos, nació el Preste Juan, manera sincrética y deformada de llamar al Presbítero Khan, sacerdote nestoriano del país de los mongoles.

De esta forma, bajo la figura de los Magos de Oriente, la tradición católica recoge un rico legado literario, de concomitancias entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, entre la unidad del mensaje del Mesías y la diversidad humana que siembra el Orbe, una metáfora acerca del paso del tiempo, de nuestras edades, y nuestras dignidades, pues quedan enrasadas en nuestra simple y compleja humanidad.