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La Batalla del Guadalete contada en 1858 por un periódico de Madrid

En el año 1858, Santos González escribió el artículo «La Batalla del Guadalete en Jerez», publicado en el periódico “Museo de las familias (Madrid)”.

A continuación te dejamos el texto íntegro del mismo:

Hay batallas que no son solamente grandes dramas militares, crisis solemnes en las vidas de los pueblos, sino que ocupan también un lugar como revoluciones en los anales generales de la civilización y la humanidad. Estas son las que dan naciones de genio y de edad social diferentes: tales fueron las luchas entre los griegos y los persas, entre los normandos y sajones en las llanuras de Hastings; entre los cristianos y los turcos en la Hungría; entre los moros y los visigodos en las memorables jornadas de Jerez de la Frontera y del Guadalete.

Como gusta siempre mezclar el interés de la novela a las severas narraciones de la historia, se han trasmitido las tradiciones populares de que los moros habían sido llamados a España por un conde don Julián que había querido vengar a su hija Florinda, violada por el rey de los godos, don Rodrigo; pero las causas que produjeron el fin de la dominación goda fueron mas serias.

Rodrigo y Witiza se disputaban el trono: siendo el mas débil Witiza, su yerno el conde don Julián, gobernador de la fortaleza de Ceuta en la costa de África, pidió socorro a los árabes, ya señores de toda el África Septentrional, aunque apenas habían pasado cien años desde la muerte de Mahomet, su creador.

Los árabes miraban con ojos codiciosos la España: apresuráronse a aprovechar la ocasión de penetrar en ella.

Muza, que mandaba en África a nombre de Walid I, sesto califa, después de haberse hecho entregar la fortaleza de Ceuta en garantía de la lealtad del conde Julián, envió un cuerpo de ejército a las órdenes de Tarick-lien-Zeiad.

Desembarrado en Algeciras, muy pronto fue dueño Tarick de Gibrallar.

Como los moros hacían fuertes desembarcos en las costas de Andalucía, no se alarmó don Rodrigo por aquella invasión, contentándose con destacar algunos caballos para arrojar los piratas; pero la destrucción de aquella tropa y datos positivos le hicieron comprender la gravedad del peligro. Juntó entonces apresuradamente cuantos soldados pudo levantar, y salió en persona al encuentro del enemigo. La nación visigoda se hallaba estenuada con continuas guerras civiles. Rodrigo, recién subido al trono, tenia poca autoridad; algunos de sus grandes vasallos partidarios de Witiza rehusaron marchar con él; otros fueron a reunirse con los árabes, de suerte que el rey visigodo apenas pudo reunir ochenta mil combatientes.

Encontráronse los dos ejércitos (en el mes de noviembre de 711), cerca de la ciudad de Jerez, sobre las márgenes del Guadalete.

Nueve días enteros duró la batalla; aunque muchos jefes visigodos se hubiesen pasado al enemigo durante el combale, y aunque desde el tercero Tarik atravesó con su lanza al rey Rodrigo, que su diadema de perlas, su manto de púrpura resplandeciente de oro y ricas pedrerías, y su carro de marfíl señalaban a todos los ataques.

La entera destrucción de la dominación de los visigodos fue el inmediato resultado de la sola batalla de Jerez, y en tres años los árabes fueron dueños de toda la España hasta la falda del Pirineo.

Entonces Pelayo, protestando contra la invasión estranjera, él que había peleado como un valiente en los campos de Jerez, emprendió desde las montañas de Asturias la reconquista de la patria.

Ocho siglos debían pasar antes que la espada de Isabel la Católica acabase de vengar enteramente la terrible derrota del Guadalete. En este largo período los moros ejercieron una gran influencia de civilización sobre la España, y hasta cierto punto sobre toda la Europa.

Tarik, habiendo cortado la cabeza de Rodrigo, la hizo llenar de alcanfor, y la envió como trofeo de su victoria a Muza, que la mandó en ofrenda al califa. El cuerpo del desgraciado rey de los visigodos fue secretamente trasportado a Portugal y enterrado en una iglesia de Viseo.

Los hijos de Witiza, el conde don Julián y sus partidarios, fueron mirados con el mayor desprecio por el vencedor Tarik, que los consideró como enemigos de quien ya no necesitaba.

¡Quedaron envueltos en el común desastre de la raza visigoda!…